El liderazgo transformador de Juan Julio Wicht en el secuestro del MRTA
La residencia del embajador de Japón en Lima era el escenario de una velada diplomática que reunía a empresarios, políticos y figuras de alto nivel. Lo que prometía ser una noche memorable de celebración y diálogo terminó convirtiéndose en el inicio de uno de los episodios más tensos en la historia del Perú.
A las 8:20 pm, un grupo armado del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) irrumpió en la residencia, tomando cientos de rehenes y transformando el evento en una situación de crisis sin precedentes.

La mayoría de los peruanos conoce la heroicidad de los comandos Chavín de Huántar y de algunos rehenes que estuvieron en la casa del embajador de Japón durante el secuestro realizado por los terroristas del MRTA. Pero muchos, la gran mayoría, ignoran a un personaje que fue clave para mantener la unidad, la motivación y la esperanza de los rehenes: Juan Julio Wicht.
Juan Julio Wicht, un sacerdote jesuita y profesor de economía de la Universidad del Pacífico, se encontraba durante la recepción esa noche. A los pocos días fue dejado en libertad por el MRTA, ya que no representaba ningún tipo de importancia como autoridad política. Además, al ser sacerdote y tener 64 años, fue considerado irrelevante para los intereses del grupo. Lo dejaron en libertad junto a muchos otros rehenes.
Sin embargo, lejos de abandonar a sus compañeros, Wicht presionó a los terroristas para que lo dejaran dentro de la embajada hasta el final. Él no se iba a retirar hasta que todos sus compañeros rehenes fueran liberados. Este acto de solidaridad y coraje desde el primer momento inspiró, motivó y le dio esperanza a los demás rehenes.

Juan Julio se comportó como un líder, pero no un líder establecido por normas jerárquicas o por un puesto político. En la residencia había autoridades de más alto nivel: generales de las Fuerzas Armadas, embajadores y políticos en posiciones de máxima jerarquía. Pero este sacerdote, que solo ejercía como profesor universitario, se convirtió en un líder por sus acciones, asumiendo un liderazgo informal. A veces, los líderes informales obtienen mayor jerarquía y poder de influencia que incluso los líderes formales.
El liderazgo de Juan Julio Wicht fue transformador. No solo se quedó para reconfortar a las demás víctimas, sino que intentó motivar e inspirar tanto a los rehenes como a los secuestradores. Organizó charlas, reuniones y clases, estimulando intelectualmente a todos los miembros involucrados. Repito, tanto a los rehenes como a los terroristas. Generó una influencia ideal, idealizada por el bien común, el bien mayor: sobrevivir a esa situación. Incluso instó a los emerretistas a cambiar de opinión, a deponer las armas y a liberar a los rehenes.

Todo esto, sin llegar a sufrir los efectos del síndrome de Estocolmo, como él mismo narra en su libro. Aunque sentía compasión por algunos terroristas, a quienes veía como niños o adolescentes engañados y adoctrinados, nunca perdió la conciencia de que estas personas estaban cometiendo un acto atroz contra la libertad y la vida de los rehenes. Tanto es así que en varias situaciones los terroristas pedían participar en los sacramentos. Querían confesarse y recibir la comunión, pero Wicht se negó. Según él, el hecho de portar metralletas y granadas en el pecho y amenazar la vida de personas inocentes demostraba que no estaban arrepentidos.
Lejos de generar rencor, esta negativa respetuosa le ganó respeto entre los terroristas. Muy fácil hubiera sido cumplir los deseos de los secuestradores, pero lo difícil fue mantenerse firme en sus convicciones y negarse a un acto que, dentro de su praxis sacerdotal, no estaba permitido, incluso si eso ponía en riesgo su vida.
Wicht también fomentó la calma y la cordura entre los rehenes durante los 126 días de cautiverio, promoviendo la asertividad en todo momento. Organizaba misas dos veces por semana, confesiones donde los rehenes podían expresar sus emociones y sentimientos, y clases o conversatorios en los que los rehenes, en su mayoría embajadores, empresarios y funcionarios políticos, compartían conocimientos. Estas pequeñas conferencias les ayudaban a sentirse útiles, a mantener la mente despejada y a encontrar sentido en medio de la adversidad.

Incluso algunos líderes del MRTA, como Cerpa Cartolini y el Palestino, asistían a estas conferencias, las cuales consideraban interesantes. Además, Wicht impartió clases de economía y español, dirigidas tanto a los rehenes como a los terroristas.
En una ocasión, vio a una joven terrorista llorando. Ella le confesó que extrañaba a su familia y que le habían prometido que la operación duraría solo unos días. Wicht la consoló y le ofreció palabras de aliento. Esto reflejó su capacidad de ver humanidad incluso en sus captores.
A pesar de todo, la pregunta persiste: ¿los jóvenes terroristas habrían cumplido la orden de exterminar a los rehenes si se daba un operativo militar? Nunca lo sabremos, porque la operación Chavín de Huántar fue tan exitosa que neutralizó a los terroristas antes de que pudieran reaccionar.
La operación, ejecutada por 142 comandos, fue meticulosamente planificada con tácticas como la construcción de túneles y una sincronización perfecta. En solo 16 minutos, liberaron a los rehenes y neutralizaron a los terroristas, marcando un hito en la historia del Perú.
Este evento demuestra que el liderazgo y la resolución de conflictos pueden ser tan cruciales como las estrategias militares en situaciones de crisis. La operación Chavín de Huántar no solo fue un triunfo táctico, sino también un testimonio del poder de la humanidad y la solidaridad en medio de la adversidad.